En estos tiempos educativos que corren, donde gusta tanto reglamentar y
medir hechos educativos, debería ser obligatorio por decreto ley, que en las entradas de todos los
centros educativos, en el lugar de paso para todos más visible, se colocara un
cartel bien grande con un texto que dijera. “AQUI SE VIENE A SER FELIZ, A
DIVERTIRSE Y TAMBIÉN A APRENDER”
No es que yo crea que los centros
educativos sean tristes, aburridos y se aprenda poco, no es eso, pero si es
cierto que en todos ellos abundan,
aunque no podría cuantificarlo, muchos alumnos y bastantes profesores que no
disfrutan, que no gozan, que no se sienten bien, que se le hace cuesta arriba
el día el día y que el mejor momento es cuando suena el timbre de fin de clases.
A veces pienso, y todos hemos pasado por eso, cómo es posible que unos niños, unos
jóvenes, se pasen de cinco a seis horas
diarias de lunes a viernes, haciendo la
mayor parte de las veces lo que un docente le manda hacer: ahora tocar
escuchar, un poco después repetir, más tarde memorizar y para luego volver a
repetir en un examen, cosas que ni tan
siquiera les interesa y la mayor parte de la veces no le encuentran ningún
significado. ¿De verdad que con estas
rutinas, estas formas de dar clase, pude alguien alguien ser feliz, divertirse
y disfrutar aprendiendo, si es que se aprende?.
En esta escuela aburrida, previsible y
rutinaria apenas tiene cabida la iniciativa de los alumnos, la creatividad, la
curiosidad, el placer y el gusto de aprender, más ahora que están de moda esas
evaluaciones externas descontextualizadas y que buscan un número, una
nota, que se transformará en un ranking
de centros y, que de manera sutil, supedita el placer por aprender a la
competencia por una nota, que nos aleja de una escuela, creativa y colaboradora
y nos lleva a una escuela competitiva e individualista. Así es complicado que alumnos
y profesores sean felices, que se diviertan y disfruten aprendiendo y
enseñando.
Habría que ir buscando, desde mi punto de
vista, espacios y tiempos de aprendizaje
en donde se puedan combinar las reglamentaciones curriculares con las iniciativas
de alumnos y profesores, para saltarse el currículum, ( ya no digo el tema que toca en el libro de
texto) y aprovechar las potentes herramientas
de hoy en día para que se produzcan situaciones de verdaderos aprendizajes
significativos que partan del interés de los alumnos y que, un docente
comprometido, sepa entroncar con el currículum oficial. Habría que encontrar situaciones de aprendizaje
que propicien el trabajo en equipo entre alumnos y entre profesores, habría que
conseguir “devaluar ” en concepto de asignatura y romper con las rigideces de
los horarios, combinar el aprendizaje formal con el informal.
Sé que hablo, según algunos, de una
escuela imposible, utópica, que solo es posible que se de un contexto
determinado y elitista y difícilmente generalizable. Es posible que otros
piensen, y este es mi caso, que hay camino andado, que es posible, pero hay que
tener claro los grandes objetivos y no perder el norte, se trata de una escuela
que no prepare para los exámenes sino para la vida, de una escuela integradora
y no selectiva , ni competitiva, en donde la inmensa mayoría de alumnos y
profesores sean felices, se diviertan y aprendan unos de otros. Todo es
creérselo y empezar y no estaría mal que, para este próximo inicio de curso, en
todos los centros educativos se colgara ese cartel que decía al principio.