Son muchas generaciones de alumnos y alumnas los que pasan por nuestras aulas a lo largo de mis más de 40 años como maestro. Soy consciente que, como todos, tengo mis luces y mis sombras, mis aciertos y mi errores, mis buenos momento y otro menos buenos, pero puedo asegurar, y lo digo todo lo alto que puedo, que he disfrutado de la mejor profesión del mundo.
Cuando por razones obvias miro hacia atrás veo muchas historias personales y familiares, veo sonrisas, carcajadas, felicidad..., pero también, aunque menos, llantos, incertidumbres, miedos, inseguridades, necesidades... , y veo siempre un sentimiento de pertenencia a un tiempo compartido con alumnos, padres y compañeros docentes del que nos sentimo cómplices y que perdura por muchos años que pasen.
Ponerte a diario delante una clase, mirar a los ojos a los alumnos, intentar atraerlos a tu entusiasmo para que aprendan algo nuevo, es la magia de la escuela, lo que hace únicos estos momentos y aunque no siempre se consigue, yo nunca he dejado de intentarlo, valorar a todos y cada uno de ellos, hacerles ver que todos somos buenos en muchas cosas y menos buenos en otras . Creo que eso, desde la humildad, ha sido mi virtud y también mi empeño.
Paseaba recientemente con mi perrita cuando al cruzar por un paso de peatones, para un coche me pita y me indica que pase y que los espere más adelante que iban a decirme algo, en un primer momento no conocía a las dos mujeres que iban en ese coche, al acercarme y al asomarme por la ventanilla una madre y su hija sin bajarse del coche , a las que conocí al instante y sin darme tiempo a decir nada, comienzan a darme la gracias, primero la madre después la hija, antigua alumna.
Decía la madre llena de emoción que yo había sido el primero que confié en su hija cuando llegó a nuestro centro con una historia de fracaso escolar y que nadie creía en ella y seguía diciendo que le ayude mucho, que le enseñé a ver las cosas de otra manera, que le enseñe a valorarse como persona y que gracias a mi empuje y dedicación hoy su hija, allí presente y veinteañera ya, tenía un trabajo fijo de administrativa en una empresa importante, que no fui el único pero sí el primero y ahí empezó todo a pesar de la falta de confianza de otros.
Ella, mi antigua alumna, no me dijo nada pero me devolvió esa mirada con la que yo algunos años antes la miraba a ella, nos entendimos perfectamente y me hacía un gesto silencioso de si con la cabeza. Les di las gracias por sus palabras, me sentí maestro fuera del aula otra vez, me despedí de ellas y al alejarse el coche, mi antigua alumna, mirando hacia atrás seguía asintiendo con la cabeza.
Son recuerdos, complicidades, emociones, que la escuela te devuelve en forma de agradecimiento pero porque seguramente antes uno haya vaciado su ímpetu, su forma de entender la escuela, su pasión ( por qué no decirlo) por una profesión que digo todo lo alto que puedo que es la mejor del mundo.
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