Hay quién dice que para revolucionar la educación no es suficiente con la innovación, tenemos que ir a la disrupción. Así que, aún pecando de no ser educado, voy a empezar este post rompiendo una condición que me había puesto Domingo cuando me invitó a escribir en su blog, agradeciéndole que me permita entrar en su casa, casi sin llamar, y dejar una líneas como homenaje a él y a su blog. Es para mi un honor porque siempre he considerado a Domingo maestro de maestros.
Una de las mejores cosas, sino la mejor, que ha traído estos 10 años ha sido poder conectar con personas que, de otra forma, habría sido impensable hacerlo. Conocí a Domingo, o mejor dicho su trabajo, hace muchos años en la red, y a él personalmente hace unos pocos en una de esas quedadas anuales de profesores, en tierras salmantinas. La última vez que hemos compartido conferencias, talleres y mantel, fue el pasado octubre en Madrid. Allí tuvimos oportunidad de charlar sobre prácticas innovadoras inusitadas e insospechadas en la última década. ¿Te acuerdas Domingo? Tienes una ponencia pendiente de ver.
La educación es el ámbito social y profesional que más heterogéneamente ha evolucionado en estos últimos 10 años. Una década donde la tecnología se ha impuesto de forma definitiva en nuestra manera de vivir.
A nadie se nos ocurre pensar, cuando vamos a hacer un trámite administrativo que en tal ventanilla, el funcionario de turno nos lo gestionará con medios informáticos, y en la de al lado nos encontraremos con un escribano que hará uso de papiro y tinta para expedirnos el certificado que necesitamos .
O cuando vamos a tratarnos una dolencia, esperamos encontrarnos en cualquier centro de salud u hospital parecidos protocolos médicos y similares medios tecnológicos. No esperamos que un especialista nos haga una resonancia y otro, en el mismo hospital, nos intenvenga quirúrgicamente para averiguar el origen de nuestra enfermedad.
En educación, sin embargo, en distintos centros, e incluso en diferentes aulas del mismo, podemos tropezarnos, con bastante facilidad, con realidades muy distintas. Distintas y distantes. Separadas, incluso, por siglos.
¿A qué es debido esto? Muy probablemente al poco respeto que se le tiene a la Educación, en mayúsculas. El pilar básico de nuestra sociedad tendría que ser mimado hasta el extremo por nuestras administraciones, y evidentemente sucede lo contrario: siempre ha estado maltratada. Y como le oí al amigo Fernando Trujillo hace poco, los que estamos dentro, los docentes y las familias, nos llegamos a creer el engaño, repetido en los medios hasta la saciedad, de que todo lo hacemos mal.
Sólo hay que echar un vistazo a lo que ha sucedido en esta última década. A pesar de la administración, que sólo se ha ocupado de llenar las aulas de cacharrería, sin dotarla de un contenido metodológico, y sin ningún objetivo pedagógico, muchos docentes, han cogido el toro por los cuernos y se han lanzado, con muy pocos medios, a poner patas arriba todo lo que se estaba haciendo, y a emprender en sus ámbitos llevando a cabo cientos de prácticas educativas de éxito. La blogosfera y las redes sociales son fieles testigos de ello.
Y lo han hecho a cambio de nada. Lo contrario, robando horas a su vida privada y familiar, soportando muchas veces presiones de compañeros y equipos directivos, siendo cuestionados por la administración,... Y como único premio, no el que dan, de vez en cuando, instituciones o empresas, sino el emotionware, que un día acuñó mi primo Fernando G. Páez, y que nos fuimos contagiando unos a otros.
Y lo han hecho a cambio de nada. Lo contrario, robando horas a su vida privada y familiar, soportando muchas veces presiones de compañeros y equipos directivos, siendo cuestionados por la administración,... Y como único premio, no el que dan, de vez en cuando, instituciones o empresas, sino el emotionware, que un día acuñó mi primo Fernando G. Páez, y que nos fuimos contagiando unos a otros.
La tecnología educativa en estos últimos años ha servido, sobre todo, para eso, para contagiarnos, para conocernos, para saber que sí se puede, y para tener una palabra de aliento a cientos de kilómetros, cuando nos fallan las fuerzas. Porque.. ¿a quién no le han fallado las fuerzas alguna vez?
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